En la década de 1970, al pie de las verdes montañas que protegen Caracas, un inmigrante italiano alcanzó la fama tras ser perseguido, sin razón aparente, por un veloz guacamayo cada vez que conducía su moto por la ciudad.
Aquel joven era Vittorio Poggi, un carpintero amante de los animales quien, a partir de ese insólito suceso, empezó a criar guacamayos y diseminarlos por el fértil valle donde se levanta la capital de Venezuela.
Cuarenta años más tarde, cientos -quizá miles- de descendientes de esas primeras aves colorean los cielos de Caracas, dándole a sus cinco millones de residentes un instante de tranquilidad en la caótica y peligrosa urbe.
«Cuando la gente ve a las guacamayas volar en el cielo de Caracas, recuerdan a Vittorio (…) pienso haber hecho algo positivo», dijo Poggi, de 70 años, rodeado de decenas de aves en su casa de las afueras de Caracas.
Allí, Poggi cuenta en su español que no ha perdido el acento italiano que sueña con levantar un mini zoológico para sus 20 perros, varios gatos, dos chivos, gallinas, tortugas y pavos reales, mientras recuerda con nostalgia a «Pancho», aquel guacamayo que lo seguía a todos lados y que reprodujo con éxito.
SELVA DE CONCRETO
Considerada la segunda ciudad más violenta del mundo por Naciones Unidas, Caracas sufre también de un tráfico capaz de acabar con la paciencia del más apacible. Y, desde hace un año, es común ver a sus habitantes haciendo enormes colas bajo el sol en las afueras de supermercados a la caza de bienes escasos.
Sin embargo, sobre antenas, azoteas y alféizares, el guacamayo azul y amarillo (o Ara ararauna) rompe esa odiosa rutina.
A pesar de no ser oriundo de esta ciudad, sino de las selvas tropicales que se extienden desde Panamá hasta Paraguay, este tipo de guacamayo se ha adaptado bien, según especialistas, gracias a la frondosa vegetación que convive entre rascacielos.
Amenazados en otros países de América, en Caracas es común ver varias de las 17 especies de guacamayos. Los rojos con verde y azul (Ara chloropterus) y verdes (Ara militaris) surcan los cielos al ritmo de sus inconfundibles alaridos.
«El caraqueño se ha acostumbrado a verlas volar, a escucharlas», dijo Ivo Contreras, quien construyó en su azotea una enorme plataforma de acero con forma de helipuerto -a la que bautizó como «guacapuerto»- donde llegan decenas de guacamayos a comer semillas de girasol.
«Es un disfrute, un oasis de tranquilidad en esta ciudad de concreto», agregó.
Contreras, de 45 años, todavía recuerda el día en que un ejecutivo de la estatal petrolera PDVSA le ofreció un cheque en blanco para comprarle su apartamento en el centro de Caracas para poder disfrutar de los guacamayos. Finalmente, el también estilista de Miss Venezuela rechazó la oferta.
Pero no todos han tenido que construir una plataforma para deleitarse con la visita de los guacamayos.
En las áreas verdes que componen Caracas como el Parque del Este, Los Caobos y el Ávila, la cadena montañosa que separa la ciudad del mar Caribe, cientos de corredores tienen el privilegio de disfrutarlas.
Y, de un tiempo a esta parte, en varios distritos capitalinos, se volvió común ver a vecinos alimentando, desde su ventana, a estas aves de poderosos picos y largas colas.
Mercedes Ramírez, una jubilada de 60 años residente de una zona acomodada de Caracas, recuerda que la última Navidad una bandada de casi 30 guacamayos llegó al ventanal de su sala, sin previo aviso, y desde aquella tarde, vuelven en busca de semillas de girasol, plátano y galletas.
«Los vecinos me preguntan cómo hago para que vengan a mi ventana y yo les digo: ‘uno no elige a las guacamayas, las guacamayas lo eligen a uno'», reflexionó Ramírez.