¡Me llaman Chucho El Roto!

Allí donde se juntan Ignacio Zaragoza y Filomeno Medina, frente a la vendedora de pitayas, pasa las horas un hombre mientras el sol aletargado en caída libre se desploma por el horizonte.

¡Yo soy Chucho El Roto!, asegura, blandiendo consigo un cuchillo que le ha dado sustento desde hace más de 40 años.

Con un solo brazo manotea y pregona acerca de su fama y la forma en que logró que un pueblo entero lo acogiera como uno de sus hijos predilectos, incluso gobernadores lo han buscado para solicitarle sus servicios.

-Me la he pasado de allá para acá, en las ferias, en bailes, escuelas. En el Rancho de Villa, Colima y muchos lados, casi todos me conocen y por lo mismo algunos me quieren imitar pero no le llegan a lo que hago.

Un aroma a carbón y mazorca perfuma la plática de Chucho, a veces se sienta, otras veces jalado por la emoción de sus palabras se pone de pie y con su única mano (la derecha) dibuja en el aire las figuras de los hechos que relata.

Traga saliva, se acomoda la cachucha y hace una pausa en su relato autobiográfico para preguntarle a los transeúntes que llegaron a su encuentro  -¿Lo quiere de a 15, 20 o 25?

Mediano, contesta la señora que iba de la mano de un distinguido caballero de voz grave.

Tras la orden, el del cuchillo toma un vaso, destapa un bote de esos donde venden pintura y mete la mano para llegar al encuentro de un gran cucharón, hace un movimiento hacia abajo y llena el recipiente con decenas de pequeños granos que poco a poco se van acomodando.

Frente a él está todo dispuesto para cumplir con su labor, un traste con queso desmoronado, limones partidos, sal, crema y una salsa roja de chile seco que no cualquiera se atrevería a degustar, más que nada por su bravura.

Le entrega el vaso a la mujer y le alcanza una cuchara de plástico.

Recibir almas penando de hambre y atenderlas es una acción que ya domina a pesar de la ausencia de uno de sus miembros, lo hace desde los años 70.

Empezó con un puesto pequeñito, le ayudaba a su jefa primero, pero después se la aventó solo y ahorita es el dueño de su changarro, como él le llama.

Allí, a espaldas de la mujer de bronce que vende fruta se instala todos los días, llega en una moto arrastrando un carretón y pronto acomoda puesto de elotes y esquites.

Lo hace cada día desde las 5 de la tarde hasta las  11 de la noche, cuando atiende a su último cliente.

Dice que le va muy bien y por eso no ha cambiado de trabajo, nomás cuando es temporada de lluvia le caen menos clientes, pero con el ahorro de los buenos tiempos la va pasando.

-Me llamo Jesús Obledo González, pero desde que me acuerdo me dicen Chucho El Roto, y así escribí en mi moto, soy famoso en Colima y todos vienen a buscarme por mis elotes.

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